La primera vez que vi a Casey Hendriks, sólo era un hipotético cliente para mí, un cliente guapo, instruido y guapo. guapo.
Perdón, posiblemente leer esa palabra reiteradamente está molestándote, pero créeme, cuando lo ves es lo único que puedes pensar, porque Casey es el hombre más guapo con el que me he encontrado en la vida, y mirarlo anula el resto de sus cualidades y derrite las bragas de cualquier mujer.
Pero. volvamos al principio, a cómo nos conocimos.
Mi padre me arrojó a los leones porque me negué a ceder a su voluntad, y para que recapacitara me quitó su ayuda económica, dejándome sólo un lugar en el que vivir. Debo ser sincera, me hizo reflexionar. Ahora sé que soy capaz de ganar mi sustento. No me dio un puesto en su empresa, pero conseguiré la independencia que él no espera que logre.
Volviendo a Casey, él representa a la mayoría de los ínfimos clientes de mi negocio, y no puedo arruinarlo; si lo hago, tendré que ceder a las exigencias de mi padre o morirme de hambre.
Aunque ya sabes lo que se dice. incluso los monos se caen de los árboles.
Yo pensé que los golpes que había recibido en el pasado me habían enseñado a no confiar más en una mujer, pero, al parecer, me he convertido en el idiota que vuelve a tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Al principio yo no sabía que Victoria era la bella heredera con la que debía casarme, sin embargo, ahora que lo sé, estoy dispuesto a demostrarle que soy más inteligente que ella, y que en este ático soy yo el que manda.
El problema es que aunque ponga todo de mi parte para no volver a ceder, a cierta parte de mi cuerpo aún le gusta anular al cerebro que transporto en la cabeza.
Odio que mi bragueta se agite cuando Victoria se inclina para recoger algo, y odio además que ella piense que su cuerpo aún tiene algún poder sobre mí, así que si cree que la dejaré dirigir esta sala de juntas porque alguna vez tuvimos algo, muy pronto le demostraré que está muy equivocada.
Bien, ahora es tiempo de ratificar todo lo astuto, despiadado y calculador que puedo ser dentro de este matrimonio de conveniencia, en el que la codicia y el poder tienen sus propias reglas; sólo me resta demostrar que soy el estratega que nadie espera, y que mis tácticas son las mejores para ganar esta guerra.
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